miércoles, 21 de julio de 2010

sábado, 12 de diciembre de 2009

Breve paseo por Jesús María





“C'est la hantise et le désir de l'homme de laisser une trace indélébile de son éphémère passage sur cette terre qui donnent naissance à l'art”

Brassaï

domingo, 29 de noviembre de 2009

Amaneció domingo


Escuetamente, el Senamhi pronostica lo siguiente para el día de hoy. Entre una mínima de 18 y una máxima de 21.5 grados Celsius, el cielo variará entre cubierto y nublado. El ecosistema limense no parece estar de acuerdo.

Cuatro y cuarenta de la mañana marcaban las agujas de los relojes. El diluvio de mi inconsciente se corta cuando percibo el grito elástico de los neumáticos sobre el asfalto húmedo, un baldazo de agua sobre el piso. Matsuo Basho (1644-1694), poeta japonés en cuya biografía se señala que, en 1680, se recluyó en una choza junto a un árbol similar al banano (basho, en su lengua materna), escribió un haiku (composición poética breve de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente) que no deja de hacerme pensar en esta lluvia de domingo:


Un viejo estanque;
salta una rana ¡zas!
chapaleteo.


Intenté, a propósito del agua vertical, encontrar una vieja fotografía en blanco y negro de Robert Doisneau donde se aprecia a un músico que protege, con un paraguas, un gran instrumento musical de cuerdas de la lluvia. Encontré esta otra imagen en la Internet. La autora es Anne Miek Van Der Kuil; su fotografía se titula "Cycling through the rain".





Vivan todos un hermoso domingo.


sábado, 28 de noviembre de 2009

Así se viajaba antes


Parados en cualquier esquina, esperamos, con desesperación, desgano o resignación, una unidad de transporte. A lo lejos, podemos observar una combi que acelera con todo el poder que le permite su motor con varios años ya de antigüedad. Detrás, mordiéndole el parachoque, un bus superviviente de la década del ochenta del siglo pasado anuncia su recorrido al ritmo de la bocina y de la voz aguardentosa del cobrador que se da tiempo y maña para mirar, silbar, gritar y, seguramente, manosear a alguna joven pasajera. Combi y bus avanzan porque ambas, indefectiblemente, deben llegar a su destino. Por supuesto que nunca falta un policía al que no se le debe respetar, una llanta a la que hay que volver a rencauchar o una caja de cambios que hace tiempo pide cambio. Probablemente, nuestra mano alzada en signo de necesidad de desplazamiento haya sido ignorada, porque, detrás o delante del bus y de la combi, apareció la cúster. El formato medium de las actuales opciones del transporte urbano limeño también predica la filosofía del "al fondo hay sitio". Nada nuevo hasta aquí. Todos los días, la historia del ciudadano que aspira dejar su categoría de peatón por la de pasajero parece ser la misma. Sentados con la mirada del lado de la ventana, rara vez sobre las líneas de un libro, frecuentemente sobre el valle de un escote, eventualmente sobre la última disputa cobrador-pasajero, todos viajan y esperan alcanzar el futuro. Para todos, está claro que atrás quedó el pasado.


Publicado por el Instituto Libertad y Democracia, en el año 1990, El transporte urbano de pasajero en Lima es una colección de artículos escrita por personalidades de la talla de Tomás Unger, Hernando de Soto o César Burga, por señalar solo tres de los trece autores. Como el mismo nombre del libro lo señala, los comentarios de los diversos investigadores iluminan aspectos diversos e importantes dentro del tema elegido. En las siguientes líneas, me permitiré resumir algunos datos señalados por César Burga, quien plantea una revisión histórica de los primeros servicios públicos de transporte en tres etapas. Aquí, me centraré en las dos primeras.




En la primera de ellas, que comprende el período entre 1874 y 1921, se produce la transición de la tracción animal a la energía eléctrica. En los años finales del siglo XIX limeño, era común encontrar por las principales vías el carruaje de alquiler, el antecesor del moderno servicio de taxi. Por la densidad demográfica de la época, el carruaje era un medio de transporte funcional. Desde 1874, este servicio se encontraba regulado por el gobierno, quien fijaba el precio del servicio. Conforme la población incrementaba, el carruaje tuvo que cubrir la necesidad de más ciudadanos. Por esa razón, evolucionó a lo que se ha denominado el tranvía de tracción animal o tranvía a sangre. Este -señala Burga en su artículo- debe ser considerado el primer medio de transporte masivo de pasajeros en Lima de fines del siglo XIX. En este mismo período, surgen las primeras líneas con trayectos cortos que conectan los principales centro de actividad económica. Burga también señala que las gestiones para implementar el tranvía eléctrico se iniciaron en 1895. Un año después, el municipio limeño es autorizado para realizar la contratación de la empresa responsable del sistema. En 1903, se anuncian las primeras concesiones. La primera ruta licitada fue la de Lima-Chorrillos. Un grupo privado de empresarios se encargó de explotar esta línea luego de la publicación de la Resolución Suprema de 12 de enero de ese año. Un segundo grupo de particulares, en marzo de ese mismo año, recibe en concesión la línea de Lima-Callao. En 1905, es la Compañía de Ferrocarril Urbano de Lima Ltda. la responsable de la explotación de varias líneas. Burga señala que se constituyó un sistema oligopólico en el rubro de transporte. Las concesiones ofrecidas a inicios del siglo XIX se realizaron por un período de 66 años, al término del cual las instalaciones serían propiedad del municipio. Debido a la quiebra del sistema en el año 1965, el traspaso nunca se produjo. Además, estos contratos celebrados entre el municipio y los grupos de poder económico estipulaban la exención tributaria durante el tiempo de construcción del sistema y los dos año posteriores. Asimismo, se establecieron los precios de los pasajes. En 1921, las Empresas Eléctricas Asociadas asumen la concesión de un ramal en la Avenida Alfonso Ugarte. Debido a sus relaciones con el Estado, en 1913, dicha empresa es la responsable de la totalidad de las líneas del tranvía urbano y, en 1920, de los tranvías interurbanos. Concluye el autor que, para el período estudiado, el gobierno no ha permanecido neutral en el tema del transporte público. Además, las primeras empresas de transporte que explotaron las líneas de tranvías eran grupos oligopólicos que se valieron de sus relaciones con el Estado para evitar la competencia. Se afirma que, en 1913, existía un monopolio legal de dicho servicio. Desde esta perspectiva, es posible entender la aparición del transporte informal como una respuesta frente a la discriminación legal.




El segundo período, que Burga sitúa entre los años 1921 y 1930, significa la aparición del ómnibus mediante la concesión monopólica a la Metropolitan Company. Asimismo, en este intervalo de tiempo, se inicia la circulación de automóviles colectivos, denominados por el autor como “Antiguo Transporte Informal”. La primera línea, cuya autorización se produjo en 1921, realizaba la ruta entre Lima, Miraflores, Barranco y Magdalena; es decir, se interconectó la capital con los principales balnearios. Si bien la concesión fue el sistema de atribución de derechos tanto para el tranvía como para el servicio de ómnibus, en el caso de este último, no se estipulaba un plazo de vencimiento. Para la perspectiva de Burga, este período significa el comienzo de la “edad empresarial clásica” (20) del transporte urbano. Esta denominada “empresa privada tradicional” se vinculó con la “Lima estacionaria” previa al momento de las migraciones hacia la urbe. Dos características de estas empresas son su “espíritu oligárquico” y su “incapacidad de responder a las señales del mercado” (20). Entre los años 1921 y 1925, se calcula que proliferaron las líneas de ómnibus, pues aparecieron, por lo menos, ocho empresas nuevas que efectuaban la misma ruta señala líneas arriba. A este período corresponde, asimismo, la presencia reguladora de las autoridades. Por ejemplo, en 1926, el Concejo Municipal obligó el uso de taxímetro en los vehículos de alquiler. Un año después, el establecimiento de un impuesto del 6% sobre el producto de los boletos vendidos significó un golpe a la economía empresarial. Según este autor, en dicha época, ya se encontraba difundido el transporte en automóviles colectivos. Por un lado, la conformación oligopólica del sistema de transporte influyó en la dificultad de acceso; por el otro, la política consensuada sobre los precios determinó el establecimiento de tarifas elevadas. Entre las medidas que encarecieron los costos de la legalidad, en 1928, se instauró un sistema municipal de “despachadores y controladores”, los cuales debían ser pagados por las empresas de ómnibus. Debido a las protestas de los empresarios, la Municipalidad redujo de 1.50 soles a 1.00 la contribución por vehículo. En 1929, debido a la proliferación del servicio de colectivos, el gobierno prohibió la circulación de dichas unidades con el propósito de aplicar un programa de reordenamiento que consistía en la concesión monopólica a favor de la Metropolitan Company Limited, empresa vinculada a las Empresas Eléctricas Asociadas. Al final de este período se produjo “la primera gran liberalización” en el sistema de rutas. En 1930, la Peruvian Company celebró un contrato monopólico con el Estado. La empresa explotaría en exclusividad las líneas de Lima, Callao, Balnearios y Chosica desde julio de ese año. En reacción a esta firma, se produjo una huelga de transporte en Lima, la cual contó con la participación de empresarios tradicionales, informales y propietarios de estaciones de combustible. A la caída del régimen de Leguía, la ciudad aún se hallaba paralizada. Luego del ataque a los vehículos del monopolio, el gobierno constituyó un tribunal arbitral para resolver la disputa. En mayo de 1931, entró en vigencia el fallo del tribunal arbitral que “liberalizó la concesión de los derechos de propiedad sobre las rutas”. Este hecho significó un triunfo para los transportistas. Asimismo, como lo afirma Burga, fundó las bases para el desarrollo de la empresa informal.




Me parece importante señalar, a partir del estudio de Burga, una constante: la iniciativa de grupos económicos por manejar un servicio público como el de transporte. Ello deja abierta una pregunta: ¿cuál es la capacidad de reacción o de propuesta de los usuarios del servicio? Pensemos la respuesta mientras esperamos a la combi, la cúster, al bus o al Metropolitano.




Notas


La primera foto se titula "Tranvía a sangre frente al Parque de la Exposición". Pertenece al Archivo fotográfico de E. Courret. La fecha de la foto es del siglo XIX. La imagen ha sido tomada de Wikipedia.


La segunda foto se titula "Tranvía en el Jirón de la Unión". También pertenece al Archivo fotográfico de E. Courret. La fecha de la foto es de 1910. La imagen ha sido tomada de Wikipedia.


La última fotografía ha sido tomada de Historia Visual del Perú (El Comercio, 2004: 220).


La referencia exacta del libro parcialmente sumillado es la siguiente: BURGA, César et al. (1990) El transporte urbano de pasajeros en Lima. Lima: Instituto Libertad y Democracia.


sábado, 24 de octubre de 2009

Revisar el pasado

Dice el Tao Te Ching:

Del centro de la rueda salen treinta radios;
Pero es el agujero central el que la hace útil.
Haz una vasija de barro:
El espacio que hay dentro de ella es lo que la hace útil.
Abre puertas y ventanas en una habitación:
Son los huecos los que tienen utilidad.
Según esto, el beneficio viene de lo que hay;
La utilidad, de lo que no hay.

Tomado de: http://books.google.com.pe/books?hl=es&lr=&id=c86391MhkIAC&oi=fnd&pg=PA23&dq=tao+te+ching&ots=NMAhhAa4Mx&sig=Dsz3gayRX1ux7InuVzWISiFdhD8#v=onepage&q=tao%20te%20ching&f=false


viernes, 23 de octubre de 2009

Publicidad, jóvenes y estereotipos: "Sin Parar" de D'Onofrio

¿Qué nos imaginamos cuando pensamos en la palabra joven? ¿Qué imágenes desempolva nuestra mente o qué recuerdos reviven nuestras neuronas? Probablemente, muchos evoquemos los primeros pasos que nos condujeron a la independencia del juicio paterno y acompañemos dicha caminata con la variedad de los olores de humo entre los dedos o de alcohol en el fondo de un vaso. Lo cierto es que, a pesar de todos esos matices que hacen de nuestra experiencia siempre una situación particular, también podemos recordar expresiones más coloquiales asociadas al fenómeno juvenil. Por ejemplo, no nos es extraña la frase “por qué nadie me entiende” o “estoy harto(a) de mis viejos”.








Todos los seres humanos han sido jóvenes alguna vez. Tal vivencia no es ajena al sistema de representación del mundo con el que contamos como especie, el lenguaje. Esta facultad exclusivamente humana la podemos definir como una herramienta de comunicación interpersonal. Lo que proponemos, en las siguientes líneas, es comprender los actos de habla como interacciones sociales; para dicho propósito, realizaremos un acercamiento al fenómeno juvenil a partir del análisis lingüístico del spot televisivo de una reconocida marca de helados nacionales: D’nofrio. Para ello, iniciaremos nuestro trayecto recordando algunas precisiones acerca del lenguaje; luego, detallaremos los aspectos relevantes de nuestro caso de análisis; a continuación, definiremos la intención comunicativa que persigue el comercial y los interlocutores a los que se dirige; después, analizaremos los recursos lingüísticos pertinentes para la interpretación del caso propuesto; finalmente, razonaremos acerca de la interacción social presente en el uso del lenguaje.




Si el lenguaje es la capacidad mental con la que cuenta el ser humano para hacerse de una o varias lenguas, el dominio de estas es equiparable al fútbol o al ajedrez[1]. Podemos afirmar la expresión anterior porque reconocemos que en ellos existe un conjunto de unidades finitas, delimitadas, con el cual, a partir del cumplimiento de reglas, es posible lograr un propósito: expresar ideas, anotar goles y hacer un jaque mate, respectivamente. Recordemos, asimismo, que la lengua que empleamos nos permite otras posibilidades: representar la realidad de acuerdo con la experiencia que de ella tengamos. Esta corresponde a la función representativa mencionada por Bernárdez[2]. Además, la lengua nos confiere el poder de imaginar o inventar. Esta es conocida como la función comunicativa. Finalmente, la lengua posibilita entablar relaciones interpersonales, es decir, la interacción con los integrantes de nuestra colectividad: la función interpersonal. Antes de pasar a describir nuestro caso de análisis, recordemos el significado de lengua. Con esta palabra, entendemos que esta es un consenso social. A pesar de que la lengua sea un conjunto de unidades y de reglas, somos conscientes de que existen diferencias entre diversos grupos de hablantes. Por ello, no podemos afirmar que hablamos una misma lengua, sino una norma determinada espacial y temporalmente por un colectivo de hablantes.




Pasemos ahora al caso que nos interesa analizar: la publicidad televisiva del helado “Sin parar” de la marca D’nofrio. En esta publicidad, se observa una situación que podemos calificar como típica de la relación hijo joven – padre. En menos de 40 segundos, los publicistas de JWT, la compañía encargada de esta campaña publicitaria, han decidido representar a un hombre joven en la privacidad de su cuarto. En este ámbito, el joven, que admira el colorido tatuaje de su antebrazo, es sorprendido por su padre, quien cuestiona la presencia del adorno, pero que, curiosamente, también tiene uno. Inmediatamente, la escena se repite, pero recreando contextos históricos pasados donde el padre de la primera escena es ahora el joven que recibe las quejas de su progenitor, quien también lleva un tatuaje en el antebrazo: de la habitación moderna del joven de nuestro tiempo, quien viste un polo con la palabra “incomprendido”, pasamos a la década del sesenta (obsérvese que la vestimenta y el motivo del tatuaje hacen referencia a la movida contracultural hippie); de la década del sesenta pasamos a los primeros años del siglo XX (nótese la vestimenta que recrea a los inmigrantes y el tatuaje del padre que representa una sirena); de inicios del siglo XX nos trasladamos a la época del poder colonial (repárese en la vestimenta y las pelucas que usan, además del tatuaje de un navío anterior al siglo XVI); y, finalmente, de la época de la colonia nos dirigimos a la época de las cavernas (con un hipotético sistema de gruñidos, el simiesco padre cuestiona el tatuaje de calavera y tibias del prehistórico joven). En todo este recorrido histórico en reversa, resalta la constancia de la frase del padre: “¡Qué tenías en la cabeza!”. Además de las referencias visuales y del reducido lenguaje, la melodía empleada nos podría hacer pensar en algún grupo al estilo de “Green Day”; destacan los sonidos de la guitarra eléctrica y el golpe de la batería. Toda esta recreación de las relaciones hijo – padre no tendrían ningún sentido si no se relacionara con el producto a publicitar: el helado “Sin Parar”.




Desde el punto de vista de la intención comunicativa y de los interlocutores, podemos afirmar que esta campaña está dirigida a los jóvenes. Al finalizar la secuencia de los reclamos del padre al hijo, la voz en off manifiesta: “La juventud no se entiende, se vive. “Sin parar”, solo para incomprendidos. Prueba el nuevo “Sin Para Hot” con un toque de picante”. Con este final, el mensaje publicitario queda manifestado sin ambigüedades: la intención es recomendar el nuevo sabor del helado “Sin Parar”. En cuanto al público al que se dirige, “los incomprendidos”, los jóvenes, son el público objetivo.



Pasemos ahora a revisar detenidamente el manejo del lenguaje. En primer lugar, como hablantes de castellano, afirmamos que el nombre del producto es una frase: “Sin Parar”. ¿Qué ideas asociamos a esta frase? El nombre del producto nos remite a aquello que no es susceptible de detenerse, un ser o fenómeno constantemente en movimiento; asimismo, lo relacionamos con una cualidad: con abundante energía. También, podemos decir que el nombre del producto no reconoce límites, no se detiene a valorar otras perspectivas (la de las personas mayores). En segundo lugar, la frase que se repite cinco veces es “¡Qué tenías en la cabeza!”. Esta exclamación sintetiza otro estereotipo de la conducta juvenil: poca o escasa habilidad mental. Motivado más por el gusto y no por la reflexión, el joven que nos propone este comercial es cuestionado por el padre, figura de autoridad y de experiencia. Para concluir esta revisión del manejo del lenguaje, pasemos a la palabra “incomprendido”. Se suele afirmar que nadie entiende a los jóvenes, que su manera de actuar se produce completamente fuera de las coordenadas de la mente de un adulto. En esta palabra, por ejemplo, queda reflejado el manejo de las reglas de la morfología del español: del infinitivo comprender se puede crear el participio comprendido; si a esta palabra le anteponemos el prefijo in que señala negación, obtenemos un adjetivo que describe una sensación de muchos jóvenes: la falta de aceptación. Entonces, lo que se propone en esta campaña publicitaria es un conjunto de expresiones asociadas a la juvenil: su ruptura con las convenciones del mundo adulto, su cuestionable habilidad mental y la dificultad para ser comprendidos. Todo ello es posible gracias al conocimiento que poseemos de las diversas competencias que integran el saber lingüístico del español[3].




Para relacionar las ideas hasta aquí comentadas, hay que recordar que la lengua es un consenso social. Esto quiere decir que es la colectividad de hablantes la que ha determinado un significado a ciertas palabras o expresiones para representar su interpretación de algún fenómeno de la realidad. En el caso de nuestro análisis, palabras o frases como “incomprendido”, “¡Qué tienes en la cabeza!” o “Sin Parar” están vinculadas al mundo de lo juvenil. Lo que nos interesa comprender en este momento es cómo el uso del lenguaje corresponde a interacciones sociales. El uso que los hablantes hacen de su lengua es llamado acto de habla, que les sirve para comunicar una intención específica. Además, todo acto comunicativo está situado dentro de una práctica social específica[4]. Si volvemos a nuestro caso de análisis, podemos rastrear hasta tres prácticas sociales precisas. En primer lugar, la publicidad analizada es parte de un circuito económico. Muchas empresas recurren a campañas de publicidad con el propósito de convencer a su público de las cualidades de un producto para que este sea consumido. En este sentido, podemos afirmar que la primera interacción social se produce en la relación empresa comercial–público consumidor. En segundo lugar, este tipo de patrón de comercialización es entendible en una sociedad de consumo en la que diversas empresas compiten por un público que será el responsable de su éxito o fracaso comercial y económico. Por ello, una segunda interacción social observable en la campaña de D’nofrio para su producto “Sin Parar” se produce entre esta marca y sus competidores en el rubro de helados. En tercer lugar, de acuerdo con la recreación mostrada en el comercial, tenemos una tercera interacción social: la relación padre-hijo joven. Toda esta reflexión es entendible porque contamos con una lengua que ordena la experiencia del mundo y que nos permite comunicarla. Así, la facultad del lenguaje, como lo anunciáramos líneas arriba, nos permite construir un significado acerca de lo que es ser joven, acerca de lo que es competir económicamente por un mercado y acerca de las bondades de tal o cual producto. Todo ello a través del empleo de una lengua particular. Además, es esta misma herramienta conceptual la que refleja las interacciones sociales culturalmente asimiladas por los sujetos.


En resumen, hemos empleado el caso de la publicidad de “Sin Parar” de helados D’nofrio para reconocer que muchos actos comunicativos, y la publicidad se ajusta a este principio, se valen de una lengua para comunicar un mensaje en particular a un público específico: promover el producto “Sin Parar” en el grupo de los jóvenes. Además, hemos señalado que el manejo del lenguaje está relacionado con una mirada socialmente consensuada: la lengua castellana. Esta nos permite recrear saberes acerca de las relaciones económicas y de la experiencia de ser joven. Asimismo, hemos planteado que la lengua retrata la interacción social de una colectividad en diversos niveles: empresas, consumidores, jóvenes y padres. El empleo de la lengua no es nunca un acto desvinculado de su contexto: sabemos lo que es ser jóvenes, escuchamos lo que se piensa de estos y podemos emplear aquello que se sabe para otros objetivos: condicionar conductas de consumo o crear y reforzar conductas.





[1] La analogía aquí presentada corresponde a la empleada por FERNÁNDEZ, Manuel (2009) en el texto “La lengua como sistema” (documento inédito).


[2] BERNÁRDEZ, Enrique (1999) ¿Qué son las lenguas? Madrid: Alianza Editorial. Acerca de la utilidad del lenguaje, el autor desarrolla ideas aquí resumidas en el Capítulo 9 “¿Para qué sirve el lenguaje?”.


[3] SUÑER, Margarita y KING, Larry (1999) Gramática española. Boston: MacGraw-Hill.


[4] Para discutir las nociones centrales del discurso y, especialmente, el de interacción social, se ha consultado el texto de NEYRA, Claudia y otros (2009) “La lengua como estructuradora de las relaciones sociales: el discurso y sus dimensiones” (Texto inédito).